CERÁMICA. ARTE Y BELLEZA EN LO ÚTIL.
El término cerámica comprende un gran número de significados: las pastas cocida al sol en la prehistoria, la loza de los jarrones de la Alhambra, la loza fina de las vajillas del siglo XIX y la porcelana utilizada por los artistas del siglo XX.
La cerámica no acostumbra a ser estudiada dentro de los movimientos artísticos a pesar de que ha sido el material que ha acompañado al ser humano durante más tiempo a lo largo de la historia. Esta actitud puede ser debida a que ha sido considerada como un arte utilitario. Y lo es. Pero se puede confirmar el aserto –ya de nuestro siglo- de que la utilidad es, en sí misma una belleza. Además de la belleza inherente a su función (función de plato, de jarro, de aguamanil), la cerámica muestra también la manera en que el ser humano ha ido solucionando los problemas formales que le presentaba la decoración de un espacio circular, como el plato, o de una forma vertical, como la del jarro, Las diferentes culturas, desde el Neolítico hasta nuestros días, han aportado soluciones diferentes, han ido variando un repertorio que va del “cardium” a las vajillas románticas del siglo XIX. Entre estos dos puntos transcurre el arte árabe, andalusí o mudéjar (el momento estelar de la cerámica española en el mundo conocido), procedente de Asia, y el mundo renacentista y barroco, procedente de Italia, al que se mezclan vientos llegados de China y Flandes.
Las diferentes vajillas españolas han ido elaborando estas influencias dando lugar a unas características propias.
No se puede comprender la historia de la cerámica sin tener en cuentas los progresos que ha seguido su técnica. La invención del horno, del torno, de los barnices y esmaltes, el descubrimiento de la porcelana han sido requisitos que han ido jalonando, ampliando y enriqueciendo las posibilidades de que una pieza cumpla sus funciones vitales y decorativas.
El elemento terrestre que le sirve de punto de partida la da un sabor agrario y la vincula a los trabajos y oficios de los hombres. Por lo mismo, la cerámica ha podido subsistir, mejor o peor, en la ingenuidad del arte popular antes de su actual renovación, arte inseparable de la materia, no se puede disociar completamente el alma del cuerpo como algunos creen. En él, por el contrario, canta la materia, expresa su ascensión inmanente hacia la forma y el color, que le confieren un valor supremo. Es oficio de lentitud, se desconfía de la agitación de la máquina. Para el ceramista los siglos han pasado por él sin alterar su vida profunda, sin hacerle renunciar a sus antiguas maneras de descubrir el mundo e inventarlo. La materia sigue siendo para él un receptáculo de secretos y de maravillas… De este modo renace a diario un pasado sublime, se produce nuevamente, sin repetirse, el descubrimiento del fuego, del hacha, de la rueda, del torno del alfarero.
Sólo tengo mis dos manos,
Y en ellas sólo tierra
Y el agua y el fuego del horno
Son mis dos compañeros.

